sábado, 12 de mayo de 2012

Don Localizote y la belleza de la localización

Si en sus años de Tradu Panza le hubiéramos preguntado a Don Localizote por qué estudió Traducción e Interpretación, nos habría respondido sin dudarlo un momento: "Porque me gustan los idiomas". Respuesta vaga y simple donde las haya, aunque representa la base, naturalmente, de cualquier otra razón que se pueda esgrimir.

Tradu Panza, como los digimon, digievolucionó con el tiempo en Don Localizote, y también lo hizo la concepción que tenía sobre su profesión. Pasó de la "simple pasión por los idiomas" a encontrar, poco a poco, otras razones varias por las que se siente totalmente congratulado al haber estudiado lo que estudió. Esas razones, por supuesto, llegaron con el tiempo: un día descubrió una, al mes siguiente encontró otra... porque Trados no se construyó en un día.

Tiene Don Localizote, además, una extraña afición, que es la de pensar y filosofar, llenar su cabeza con miles de elucubraciones para después, la mayoría de las veces, no llegar a ningún sitio. Hoy me ha pedido, entre amigos, que plasme dichas elucubraciones en esta entrada, a lo cual no me he podido negar, pues tiene muy mal carácter y me azuza a Traducinante cuando no le hago el suficiente caso.


¿Qué es la localización de videojuegos? Se ha preguntado Don Localizote al levantarse esta mañana. Muchas cosas en una, diría yo, no es solo una ocupación que lo permite vivir a él y a tantos otros. Es algo necesario, vital, algo de lo que la sociedad actual no puede prescindir, pero dejemos que Don Localizote lo describa con sus propias palabras: Localizar es... 

COMUNICAR

En un mundo globalizado como en el que vivimos necesitamos información y necesitamos estar conectados. Hemos llegado a un punto en el que estamos en nuestra casa pero también estamos en las de todos, más o menos como una divinidad. Con solo un clic podemos viajar a cualquier rincón de la Tierra, por escondido que esté... y todo esto es posible gracias a la localización. Al localizar se hace llegar un mensaje, un mensaje que siempre le será útil a alguien, un mensaje que jamás caerá en saco roto. Y en este sentido, eso es dejar una huella, es transmitir, es acercar, es comunicar en los dos significados que tiene esta palabra. Los localizadores como Don Localizote son, por así decirlo, emisores, medios y también, como habitantes de este globalizado mundo, receptores de otros mensajes, receptores de otros localizadores. Y todos estos mensajes, su base vital, llevan restos de la cultura origen: partículas de valores, brisas de principios. Nadie se conoce y todos nos conocemos, y todo eso gracias a unos cuantos como Don Localizote, que se encargan de que nuestros ratos de ocio también sirvan para acercarnos un poquito más los unos a los otros.

APRENDER

Cada día, mucho después del atardecer, Don Localizote se acurruca bajo las sábanas con la sensación de ser un poco más sabio: siempre ha aprendido cosas nuevas, siempre se ha enfrentado a retos nunca vistos antes. Hoy aprende partes de barcos, mañana estudiará distintas plantas cultivables, pasado le dará un repaso a un montón de armas medievales. Cada juego que pasa por sus manos es un mundo y cada mundo tiene algo que aportarle. Con ello, cada día que pasa crece, se desarrolla y prospera. La curiosidad de un localizador no termina nunca, devora información, absorbe datos. Son entendidos en todo y expertos en nada. La localización de videojuegos les permite picotear aquí y allá, redondeándose, perfeccionándose... en un círculo vicioso que, por suerte, no termina nunca.

COMPARTIR

Don Localizote es una persona y siente, piensa, vive. Y lo que ha sentido, pensado o vivido luego lo comparte. Lo pone al servicio del otro en cada palabra, cada referencia, cada elemento que localiza. No hay producto que toque que no lleve un trocito de su vida, porque la localización no se puede hacer con una máquina inerte de hacer localizaciones... y porque jamás podrá hacerse con una de ellas. Cada juego que cae en las garras de nuestro hidalgo se transforma en el juego que a él le gustaría jugar, con los personajes, ambiente y lenguaje de los que a Don Localizote le gustaría disfrutar. Y de eso hace partícipes a los demás, a tantas y tantas personas que reirán, se enfadarán y, por qué no, incluso llorarán al sumergirse en las palabras y vivencias que Don Localizote ha tenido a bien compartir con ellos.

CREAR

Este aspecto es, para Don Localizote, el núcleo de la localización de videojuegos. Localizar un videojuego no es reproducir, sino más bien recrear. Es diseñar en un idioma personajes, paisajes, un mundo... Es, en definitiva, dar vida. Hablamos de creación en el sentido más divino de la palabra, de comunicar, de aprender y compartir, y elaborar con ello un nuevo ente, independiente de su "original", que comenzará, a partir de su nacimiento, a tener vida propia y a caminar en otra dirección, o quizá en la misma, pero será la dirección que los nuevos usuarios le quieran dar y una dirección basada en lo que Don Localizote haya querido plasmar y cultivar. Ese juego será hijo de Don Localizote, y Don Localizote será su orgulloso padre.



Huelga decir que nuestro héroe no se arrepiente de haber decidido dedicarse a su profesión y que hacer lo que hace lo satisface día a día. Sin embargo, no toda esta pradera está llena de rosas, pues entre una y otra siempre aparecen espinas dispuestas a provocar la más mínima herida... pero, querido lector, de esas hablaremos en otro momento: ¡porque no todo son quejas en la vida de Don Localizote!



jueves, 3 de mayo de 2012

Tradu Panza y el autor despistado

En un lugar muy, muy lejano, habitaba hace mucho, mucho tiempo, nuestro minihéroe Tradu Panza. El lugar en cuestión, aunque en sí importa poco, se llamaba Espelandia, pues estaba gobernado por la malvada Espe, que con malas artes privatizaba todo lo que se encontraba a su paso. En este escenario vivía Tradu Panza, yendo y viniendo todos los días a la universidad, en la que estudiaba para hacerse famoso y algún día ganar un Nobel (calculo que en un par de años lo tendrá ^^).

Tradu Panza, al hacer gala de semejante nombre, no tuvo mucha elección en cuanto a sus estudios: Traducción e Interpreteción habría de ser. En eso gastaba sus días, sumido en teorías skopianas, leyendo a Dryden, Even-Zohar y Venuti, e imaginándose veinte años más tarde, encerrado en una cabina de interpretación al más puro estilo Nicole Kidman. ¡Cuánta acción y emoción rebosaría su vida una vez pasados los años de estudiante!

Sin embargo, dejemos a un lado los irrelevantes detalles de la vida de Tradu Panza y vayamos al grano. Eran tiempos en los que Tradu Panza miraba con admiración a sus profesores, pozos de sabiduría, y se tomaba en serio todos y cada uno de los encargos de traducción que le mandaban como si le fueran mil quinientos euros en ello.

Uno de esos días, le tocó traducir en una de sus asignaturas preferidas un texto ensayístico. Con esta tarea en mente, se sentó en su escritorio y comenzó a hacer lo que más le gustaba. El tema del texto requería documentación, y mucha, ya que en el original aparecían referidos varios autores que habían tratado el tema en torno al cual giraba todo el ensayo. Tradu Panza, por tanto, se armó de todo el conocimiento que había adquirido en la asignatura dedicada a la documentación y comenzó a buscar todos y cada uno de los autores para que su traducción fuera lo más exacta posible.

En estos menesteres andaba cuando, de pronto, encontró algo en el texto original que no cuadraba con la realidad. El autor del ensayo le atribuía un nombre de pila erróneo a otro autor, o al menos era lo que Tradu Panza creía, ya que por más que buscaba el supuesto nombre usado por el autor en San Google, no lograba dar con ningún resultado en el que se relacionara dicho nombre con el tema tratado en el texto. Sí encontraba, sin embargo, referencias a un autor con el mismo apellido, pero con un nombre totalmente distinto, de modo que tampoco había podido ser un fallo de imprenta... ¿Qué hacer?

Tradu Panza no lo dudó y le preguntó al profesor, el cual se mostró incrédulo ante el asunto debido al renombre que el autor tenía en su campo. ¡Era muy difícil que una eminencia cometiera semejante error con el nombre de un colega! Sin embargo, las referencias ahí estaban y el original también... Tradu Panza, en aquella ocasión, decidió respetar el original y reprodujo lo que para él era un error en su traducción, aunque no quedó satisfecho con ello.


Y mi pregunta es... ¿Es el autor un dios todopoderoso que todo lo sabe? ¿O es un simple mortal con el defecto de que puede cometer errores? Ahora Tradu Panza, unos años después, tiene la respuesta. Un traductor puede cometer errores al reproducir, pero un autor también puede cometer errores al escribir. Humanos somos todos y eso no hay quien lo cambie. 

¿Qué solución es, por tanto, la más adecuada en caso de descubrir un fallo de semejante magnitud en un texto que, por otro lado, no es temporal, como un texto en la red, sino que va a salir publicado en un libro y va a quedar grabado para la posteridad? Tradu Panza opta por la solución más fácil, que es decir que la respuesta es relativa y depende de la situación. Sin embargo, ante estos casos lo mejor es hablar directamente con el autor si se tiene la oportunidad. Si ese no es el caso, reproducir el error es la forma más fácil de curarse en salud y escurrir el bulto (oye, es lo que pone el original) aunque también podría considerarse una traición al autor dejándolo en paños menores delante de un público mundial (algo que queda muy feo ante la galería). ¿Notas al pie o un simple [sic]? No si se puede evitar, gracias. En ocasiones podrían llegar a sacarte de un gran aprieto... pero hay que tener en cuenta que no en todos los tipos de traducciones están disponibles. Cambiarlo directamente... Puede que también dependa del tipo de error, pero desde luego es, en opinión de Tradu Panza, la opción menos recomendable. Siempre puede haber sentidos ocultos que se escapan al ojo que todo lo ve del traductor.

¿Y tú, querido lector? ¿Por qué solución te decidirías?

By the way, mientras redactaba esta entrada me he encontrado con este artículo de El Trujamán que habla precisamente de este tema... ¡A leer!