sábado, 14 de julio de 2012

Don Localizote y Calcorín

Tras un duro y espantoso día de trabajo, se hallaba Don Localizote sumergido en ese inmenso océano que es Internet en busca de algo de información con la que saciar su curiosa mente. No había sido un día fácil, corriendo contra el reloj de arena y batallando cual caballero andante contra la malvada sintaxis alemana. Cansancio y tedio es lo que en ese momento sentía, y se propuso alegrarse el resto de la tarde leyendo algo más ameno y desenfadado. Navegaba de página a página, casi sin darse cuenta del tiempo que transcurría e ignorando la oscuridad con la que, poco a poco, el ocaso iba cubriendo la ciudad.

De repente, se topó con una página que llamó mucho su atención. Con colores chillones y letras pomposas, un compañero de fatigas, valiente traductor, anunciaba sus servicios. Intrigado, se dispuso a leer, pues la inspiración para sus propios escritos, cual dios juguetón, se escondía en cualquier parte. Leyó lo siguiente: 

Traducciones "A la Carta"
¿Es usted de los que aplican a los trabajos? ¿Está el suelo de su casa lleno de carpetas?
Venga, díctenos su traducción y nosotros se la escribimos.
¡Satisfacción 100% garantizada!
-¡Pardiez! -exclamó nuestro honrado hidalgo-. ¡Cómo osa semejante mentecato anunciar tal mancillación a su profesión! ¡El honor de un traductor está por encima de todo!

Echo una furia, siguió ojeando la detestable web para ver si encontraba el modo de contactar con aquel necio y poder ponerle así los puntos sobre las íes. Con asombro, pudo constatar que el autor de semejante sinvergonzonería vivía en su misma ciudad y, por suerte, no muy lejos de él. ¡Aquello había que aclararlo en persona!

Raudo, tomó su capa de lona, se puso una bacía por sombrero y salió a la calle rezumando furia. No mucho tiempo después logró Don Localizote alcanzar su punto de destino, una morada humilde donde aquel ruin trujamán al parecer habitaba. Aún encolerizado, llamó a la puerta empeñando tanto los nudillos que creyó dejárselos en carne viva.

Pasaron dos minutos y nadie acudía a la llamada, mientras él, segundo a segundo, se impacientaba cada vez más. Llamó dos, tres y hasta cuatro veces, y cuando ya lo iba a dar todo por perdido. La puerta se entreabrió mostrando un tenue brillo de luz mortecina en el interior.

Reuniendo todo su coraje y sin pensar en lo que podría llegar a encontrarse, Don Localizote entró a tientas siguiendo el halo de claridad. Tropezando una y otra vez, consiguió llegar hasta el lugar de donde procedía la luz.



Allí, frente a un ordenador con Windows 98, creyó ver una silueta, de por sí tan enjuta y con un aspecto tan desaliñado que creyó que había salido del mismo infierno. Aquel hombre, sin percatarse de la presencia de Don Localizote, tecleaba enérgicamente las teclas y movía, como hipnotizado, el ratón de un lado a otro.

Don Localizote, con pasitos cortos y recelosos, avanzó hasta encontrarse justo tras la espalda de aquel señor. Sin saber muy bien qué hacer, se decidió por darle un tímido golpecito en el hombro para llamar su atención.

De repente, como un rayo, aquel personaje se dio la vuelta y fijó unos temerosos y agotados ojos en la cara de nuestro hidalgo, el cual, sorprendido, se retiró dos pasos casi sin darse cuenta.

-¿Qué hace usted aquí? -dijo el extraño con voz cansada-. ¡No tengo tiempo para visitas! ¡He de terminar la traducción de esta receta de cocina antes de media hora y aún me quedan 1500 palabras!

-Soy Don Localizote y vengo para hacerle ver a Vuesa Merced lo inapropiado del anuncio que ha colgado en su web, pues mancilla el honor y el nombre de cualquier traductor con tan solo verlo. -dijo resoluto Don Localizote.

Ahí es cuando empezaron las lágrimas. Aquel pobre traductor, que hasta entonces lo único que había mostrado era una actitud histérica, se convirtió de repente en una simple plañidera y explicó a Don Localizote entre sollozos...

-¡No me hable usted así, buen hombre! Me llamo Calcorín Colorado, y no tengo más remedio que aceptar lo que me llega y poner lo que mis amos me ordenan, o de lo contrario no me pagan. Al principio, intenté resistirme y me opuse al uso de ciertas palabras que insultan a nuestro idioma, pero tras pasarme dos meses sin comer... -dijo llevándose las manos al estómago-. ¡Tuve que hacer lo que me decían! ¡Ay señor Don Localizote! ¡No sabe usted cuán dura es mi vida! Mis clientes solo quieren traducciones "a la carta", no importa cuántas razones les dé yo para justificar lo inapropiado de los calcos. ¡Nunca cuentan con mi astucia!

De repente, el corazón de Don Localizote se ablandó y comenzó a sentir pena por aquel miserable ser. Para poder comer diariamente, en la mayoría de ocasiones debía pasar por el aro, como si de la principal atracción de un circo se tratara... Fue en ese mismo momento en el que decidió que nunca más se dejaría guiar por las apariencias y que intentaría no juzgar al traductor sin conocer primero al cliente. Después de todo, en el mundo de los negocios, ¡el cliente siempre tiene la razón! ¿O no?

2 comentarios:

  1. Pobre Calcorín Colorado, la verdad es que nuestro futuro (recién licenciada) pinta tan azabache como el carbón, no obstante, quiero pensar que existen los héroes como Don Localizote y que hay un rayo de esperanza al final del camino. :)

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    1. ¡Hola, María!

      El futuro para un licenciado nunca ha pintado mucho más claro que el gris (excepto quizá al principio de los tiempos). Aunque una vez más, eso es solo la apariencia. El futuro en sí hay que buscárselo, así que mucho ánimo y sobre todo sé activa. Ya verás como hay un sitio para ti. :)

      Eso sí, en ese sitio, trabajes de freelance o en una empresa, siempre vas a tener "clientes" que van a criticar/evaluar tus traducciones. No, en muchos casos no han estudiado traducción. No, tampoco tienen ni idea de lingüística ni nada que se le parezca. Y sí, lo que te están sugiriendo está/suena fatal en la traducción... pero por desgracia muchas veces tienes que asentir y dejarlo estar.

      He escrito esta entrada realmente porque he tenido un par de casos de este tipo en estas últimas semanas. Uno pone una cosa quebrándose la cabeza para que suene bien y luego cogen y te dicen que preferirían otra palabra que además es un calco del inglés. ¿Qué te queda a ti? Pues advertir del error, pero si insisten, en muchos casos, ceder. Como se suele decir: donde hay patrón no manda marinero.

      ¡Un saludo y gracias por pasarte!

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