martes, 4 de septiembre de 2012

Don Localizote y su cambio de vida

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... y podría seguir cantando hasta que el sol cayera tras el horizonte, pero voy a seguir escribiendo mejor, que es para lo que estamos aquí, ¿verdad?

Como iba diciendo, en ocasiones la vida se afana en sorprenderte y da giros inesperados, repentinos y drásticos. En ocasiones son buenos, otras son malos y las más veces son simplemente un nuevo rumbo en el curso de tus días... ¿Que por qué me pongo a filosofar ahora sobre la vida y sus menesteres? Pues porque eso precisamente es lo que le ha pasado hace muy poco a nuestro querido héroe.

Don Localizote pasaba sus días, como todos sabemos, en la fría y gris ciudad de Hamburgo, a orillas del Elba, que tantas horas de sol y calidez racaneaba. Barcos recién llegados a su animado puerto, cervezas en las terrazas del barrio de Sternschanze, música y bailoteos en una calle de dudosa reputación llamada Reeperbahn, paseos a la orilla de los lagos que embellecen el centro de la ciudad hanséatica... todo ello había formado parte, hasta entonces, de su día a día. Al pensarlo, una serie de instantáneas recorría su mente al son de una sosegada melodía:




Sin embargo, de la noche a la mañana, su vida dio un giro de 180 grados y cambió de rumbo. Se vio animado a cambiar de aires, a dejar su piso atrás y también, por desgracia, a sus amigos. Decidió que al mes siguiente debía estar en otros lares, vivir nuevas aventuras, forjar nuevos recuerdos. Al mirar atrás pensaba en los últimos tres años: lo que le habían aportado, tanto personal como profesionalmente; lo que había vivido y aprendido; las personas con las que se había topado; los momentos que ya jamás olvidaría.

A ratos, la nostalgia lo apresaba y también la angustia por saber lo que le depararía el futuro. Después, se veía con fuerzas renovadas y animado a enfrentarse a su porvenir, sin importar cuan duro se le presentara. Tenía un plan y también una motivación, pues su Dulcinea lo esperaba al otro lado. Una sonrisa tonta asomaba en su cara con tan solo pensarlo. De ilusiones puede vivir el hombre, se dice, ¿pero qué sucede cuando esa ilusión se convierte en realidad? Pues está claro, que las cosas, muy probablemente, vayan a ir a mejor.

Un mes tardó, con sus treinta días y sus treínta noches, en dejarlo todo listo, antes de verse, una mañana, montado en su fiel compañero Traducinante, con su hatillo al hombro y sus diccionarios en las alforjas. Decidido, alzó la vista al horizonte y, suavemente, animó a su caballo a dar el primer paso mientras él, raudo, sacaba la brújula que habría de guiarle durante todo el camino.

Al salir de la ciudad, miró atrás con tristeza por lo que dejaba y, acto seguido, fijó los ojos al frente con ilusión por lo que le esperaba, por lo que le quedaba por vivir en su próximo destino: Múnich.


P.D.: Esto va por vosotros, amigos hamburgueses, que sé que algunos leéis las historias de Don Localizote con asiduidad... Para todos aquellos que me habéis alegrado los días en esta gran ciudad durante tres años... ¡Gracias y hasta pronto!